Los Ángeles
El perro de Tim Burton se llamaba Pepe, no Sparky como el de Frankenweenie, el último largometraje animado de este visionario, de estreno en España el próximo jueves. A su perro no le pilló ningún coche. Ni volvió a la vida como en esos clásicos del terror de los estudios Universal que tanto le gustaban a Burton de niño. “Pero tenía el moquillo, así que el fantasma de que se iba a morir estuvo siempre con nosotros aunque luego vivió mucho tiempo”, confiesa el realizador, divertido con su infancia, esa que vuelca en un filme que considera entre los más personales de su carrera, junto con Eduardo Manostijeras, Big Fish y Pesadilla antes de Navidad.
Un niño raro
Claro que los recuerdos pueden ser engañosos. Burton sostiene que fue un niño raro, amante de los cementerios en una ciudad dormitorio como Burbank (California, EE UU), donde hasta la hierba es perfecta (incluida la de los cementerios) y el sol brilla las cuatro estaciones: es decir, un alma creativa como la de Victor, el personaje de su película. Sin embargo, una de las profesoras que tuvo Burton en el instituto ha declarado recientemente que era un niño “de lo más normal”, nada de los pelos de gótico electrocutado que tiene a sus 54 años. “El sentimiento que quise mostrar en Frankenweenie es el que tienes de pequeño por estar solo y ser un poco raro aunque tú te veas de lo más normal y los demás sean los bichos raros. De ahí que Frankenstein fuera siempre la película de mi vida. Yo era el monstruo y mis vecinos, los exaltados que me perseguían con palos y antorchas”, recuerda ahora que vive en Londres, en esa casa que comparte con Helena Bonham Carter y sus hijos, Billy y Nell, de 9 y 4 años. “Al menos he triunfado como padre porque a mis hijos les gustan las películas de terror”, se ríe.
Es la segunda vez que Burton resucita a Frankenweenie. La primera fue en un corto que realizó mientras se aburría trabajando en los estudios Disney, los mismos que ahora promocionan su obra pero que en su día le despidieron. “Digamos que no se echaron a llorar cuando me fui. Fue una experiencia frustrante pero estoy agradecido porque trabajar allí como animador me llevó al cine de imagen real”.
Esta vez han hecho falta unas 200 figuras para una película que a nivel técnico no puede ir más atrás en la tecnología, rodada en stop-motion o fotograma a fotograma y en blanco y negro. Una vuelta a los orígenes que Burton disfruta porque es “una de las formas de arte más bellas, que consiste en mover una figura a 24 fotogramas por segundo, una ilusión que en Frankenweenie devuelve la vida a un objeto inanimado”.