Donald Trump, en su fortaleza privada, planifica su próxima jugada en la contienda presidencial.
El ambiente es una mezcla de negocios y política, con personajes como Jared Kushner, Corey Lewandowski y Eric Trump moviéndose con la familiaridad de quienes han crecido entre los mosaicos de la mansión. Trump, con un aire de serenidad que contrasta con la intensidad de la lucha, se encuentra en su terreno: rodeado de lujo, trazando estrategias y buscando la manera de llegar a una nueva generación.
Es un juego que se juega en las redes sociales, en plataformas como YouTube, donde Trump ha encontrado un nuevo público gracias a su hijo Barron, un experto en la cultura digital de la generación Z. Barron ha presentado a su padre a figuras como Adin Ross, un influencer que ha permitido a Trump acercarse a una audiencia que no lo conocía.
Con un estilo relajado, Trump se ha aventurado en el mundo de las transmisiones en vivo, incluso bailando con Ross al final de un show que atrajo a más de 580,000 espectadores. Ha explorado nuevos formatos, como podcasts, con un lenguaje desenfadado que revela facetas desconocidas de su personalidad.
La estrategia de Trump es clara: ampliar su base de apoyo a través de las nuevas plataformas, una tarea que no está exenta de dificultades. Su rival, Kamala Harris, ha logrado conectar con la generación joven, mientras que Trump, a pesar de la ayuda de Barron, aún busca la forma de ganarse la confianza de este sector.
En medio de la batalla electoral, Trump también ha tenido que lidiar con las consecuencias de un atentado que conmocionó al mundo. Un intento de asesinato que, según él mismo afirma, le ha dejado una profunda huella, y que lo ha llevado a reflexionar sobre los riesgos a los que se enfrenta su familia.
El futuro de la campaña está en juego, y la estrategia de Trump se basa en una apuesta por la innovación, una búsqueda de conexión con un nuevo público. Un público que, como el mismo Trump ha reconocido, no se deja atrapar por las estrategias tradicionales.