El incidente, ocurrido en julio, involucró a un hombre de 55 años. La policía, utilizando su propio dron para monitorear el evento – dentro de una zona de exclusión aérea temporal, detalle crucial – detectó otro dispositivo volando irregularmente. Al rastrear la señal, encontraron al operador, quien inicialmente intentó evadir responsabilidades.
El análisis de sangre reveló una concentración de 0.69 partes por mil de alcohol en la sangre del piloto, muy superior al límite legal sueco de 0.2. Esta cifra, según fuentes de The Guardian, contrasta con la tolerancia de otros países europeos: 0.8 en Reino Unido, 0.5 en España, Francia y Bélgica, y 0 en Rumanía y Hungría. La contradicción entre la realidad y lo alegado, se convirtió en un factor clave en el juicio.
El tribunal, en una decisión que marca un precedente histórico en Suecia, aplicó las mismas normas que rigen para la conducción de vehículos motorizados. La jueza Karin Hellmont, justificó la sentencia a SVT, declarando: “Es una aeronave. Aunque lo vuele solo, lo controla alguien en tierra y puede caer desde gran altura y herir a alguien”. La fiscal Jenny Holden Nyström, manifestó su satisfacción con la multa de 32.000 coronas suecas (aproximadamente 2.900 dólares), pagaderas en 80 cuotas diarias.
La decisión judicial, además de sentenciar al individuo, abre un debate sobre la regulación del uso de drones. El rápido crecimiento en la popularidad de estos aparatos voladores, exige una actualización normativa para prevenir incidentes futuros. La rigurosidad de la sentencia resalta la postura de las autoridades suecas frente a la irresponsabilidad en el manejo de cualquier tipo de vehículo, sea terrestre o aéreo.