Pero, ¿qué impulsa este preocupante escenario? Las actuales políticas de reducción de emisiones, aunque insuficientes, apuntan a un aumento de 3.1 °C para 2100 respecto a la era preindustrial. Sin embargo, la reciente decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de abandonar el Acuerdo de París y promover la extracción de más combustibles fósiles, agrava significativamente la situación. Esta decisión, unida a la falta de avances concretos en cumbres internacionales, nos acerca a un punto de no retorno con consecuencias irreversibles.
La COP29, celebrada en Bakú, Azerbaiyán, evidenció esta preocupante realidad. Si bien se comprometieron 300,000 millones de dólares anuales para 2035 para financiar la adaptación al cambio climático, esta cantidad es apenas una pequeña fracción de los 1.3 billones de dólares que se necesitan. Además, "la resolución de las disposiciones pendientes del Acuerdo de París relacionadas con los mercados de carbono demostró ser un mecanismo ineficaz", según expertos. Estos mercados, lejos de reducir las emisiones, se han convertido en una herramienta que permite a grandes emisores seguir contaminando, desincentivando la adopción de objetivos climáticos ambiciosos.
La falta de ambición en la financiación climática, junto con la creciente influencia del capital privado en la mitigación, se combinó con la ausencia de acuerdos regulatorios para avanzar hacia el fin de los combustibles fósiles. A pesar de que el 83% de las emisiones de CO₂ provienen de la quema de combustibles fósiles, la presión de la industria ha impedido un abordaje directo del problema. Más de 1,700 lobistas vinculados a la industria participaron en la COP29, superando en número a los delegados de las 10 naciones más vulnerables al cambio climático.
La situación se complica aún más con la promesa de Trump de aumentar la extracción de petróleo y gas. Esta decisión pone en jaque los esfuerzos internacionales para mitigar el cambio climático. Para alcanzar una solución efectiva, se necesita un multilateralismo basado en la evidencia científica, no en intereses corporativos. Se deben eliminar los subsidios a la industria fósil (70,000 millones de dólares anuales solo en el G20), cerrar proyectos de extracción que violen derechos humanos, y priorizar la transición energética justa y equitativa.
Herramientas como el Atlas del petróleo convencional no extraíble y la Plataforma Interactiva sobre combustibles fósiles no quemables, pueden ayudar a identificar dónde priorizar los esfuerzos de cierre de proyectos. Iniciativas como el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles y la Alianza Más Allá del Petróleo y el Gas buscan fortalecer la coordinación internacional. La industria fósil, por su parte, podría liderar la transición hacia energías limpias, aprovechando su capacidad de inversión y experiencia técnica. Invertir en renovables es hoy más rentable y genera empleo de calidad. El plan para salvar el planeta existe; la clave reside en la acción colectiva, libre de interferencias, centrada en medidas efectivas.