MÉXICO, Df
Uno de los mayores fraudes de la historia de EU que afectó a inversionistas latinoamericanos
El 20 de febrero de 2008, el ex presidente de Estados Unidos, George Bush, celebró la expansión del Grupo Financiero Stanford. Desde la Casa Blanca, el ex mandatario envió una carta a la corporación en la que citó: “compañías como Stanford ayudan a más americanos a construir cimientos sólidos para el futuro”.
Un año después, se destapó uno de los mayores fraudes financieros de la historia de Estados Unidos: el de Allen Stanford. A tres años de que se cometió el delito, los miles de inversionistas, principalmente latinoamericanos, aún no logran recuperar su dinero.
En 2008, la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC) acusó al magnate Allen Stanford y dos ejecutivos de vender de manera fraudulenta 8 mil millones de dólares en certificados de depósitos de alto rendimiento.
La demanda de la SEC establece que comercializó los certificados bajo la promesa de “altos rendimientos”.
En México, los recursos de quienes invirtieron en Stanford se enviaron a un banco en Antigua y al ser una inversión fuera del territorio nacional, deja de ser competencia del gobierno mexicano.
La pesadilla
En la mañana del 17 de febrero de 2009, Karina Klinckwort se dirigía a su negocio, una clínica de belleza que abrió con una parte de la herencia que le dejó su esposo. En el camino escuchó una noticia que cambió el rumbo de su vida: en Stanford, la institución donde tenía su patrimonio y en la que depositó miles de dólares, se había cometido un fraude.
Karina, entonces de 37 años, acudió a las oficinas de Stanford, en Polanco.
Ahí, en la calle empezaron a llegar decenas de inversionistas que desesperados intentaron abrir a golpes las puertas para tratar de recuperar un dinero que todavía no tiene retorno para depositantes.
A partir de ese día, la pesadilla inició para más de 3 mil de los inversionistas mexicanos que confiaron cerca de mil 200 millones de dólares en el Grupo Stanford.
Entre los olvidados de Stanford hubo quien sufrió problemas cardiacos, otros —dos casos— optaron por el suicidio y la mayoría enfrentó periodos de estrés y depresión.
Karina cuenta que al no poder rescatar sus ahorros y no tener dinero para mantener su negocio, lo cerró. “Tuve que comer frijoles y arroz durante semanas porque sólo para eso me alcanzaba”, agrega. Muchos de los inversionistas de Stanford acudieron con todas las autoridades financieras sin obtener respuesta. Pidieron audiencia con el secretario de Hacienda, con el presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) y con el gobernador del Banco de México, pero el argumento fue el mismo: “al ser inversiones fuera del país, el gobierno mexicano no tenía ninguna injerencia ni competencia en la institución.