El epicentro de la atención: Gerardo Fernández Noroña, Presidente del Senado, quien se dirigió a la multitud con una fuerza y convicción que resonaron más allá de las fronteras mexicanas. Su mensaje, dirigido a una figura poderosa al otro lado del Río Bravo, prometía ser un punto de inflexión.
La figura a la que se refería, nada menos que el entonces presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, se convirtió en el blanco de un ultimátum sin precedentes. Fernández Noroña, en un tono firme pero mesurado, cuestionó la inminente política migratoria de Trump, calificándola de “infame e inaceptable”.
El senador se enfocó en el impacto humano de las medidas propuestas: “deportación masiva”, una frase que resonó con crudeza en el corazón de la comunidad migrante presente. No se trataba solo de números en una estadística; eran familias, vidas, sueños truncados.
Fernández Noroña destacaba la contribución económica de los inmigrantes a la sociedad estadounidense, enfatizando que no se trataba de una simple transacción económica, sino de una integración profunda. Señaló que estos migrantes, lejos de ser una carga, pagaban impuestos sin recibir a cambio los beneficios básicos, experimentando “desprecio, maltrato y racismo”. Hizo hincapié en que no se limitaba a hablar de mexicanos, sino de “todo ser humano que migró aquí” buscando una vida mejor.
El senador citó la Declaración de Independencia de Estados Unidos, recordando el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Argumentó que la política migratoria de Trump contradecía estos principios fundamentales, creando una contradicción flagrante con los valores que supuestamente representaba.
Su mensaje final, un llamado a la justicia y a la reconsideración de la política migratoria, resonó con una potencia que trascendió las diferencias políticas. La escena concluyó con un silencio expectante, una pausa que reflejaba la gravedad del ultimátum y las implicaciones de su posible respuesta.