PEORIA, Az
Marineros se concentró en firmar a Félix Hernández, pero la ofensiva no luce.
Josh Hamilton. Nick Swisher. Michael Bourn. Mike Napoli. Todos estuvieron en la mira de Seattle durante el último receso de invierno, y los cuatro tuvieron la misma clase de respuesta: Muchas gracias, pero no.
Los Marineros acaban de convertir a Félix Hernández en el lanzador mejor pagado en las Grandes Ligas. Ese pacto de 175 millones de dólares por siete años servirá para espantar el constante goteo de rumores de que el derecho venezolano pueda ser transferido a los Yanquis o Medias Rojas.
Pero, obstinadamente, la asignatura pendiente en Seattle sigue siendo el crucigrama de armar una alineación ofensiva que genere más carreras y así respalde la maestría del “Rey Félix”, quien sólo una vez en su carrera ha podido rebasar las 14 victorias en una campaña. Alguien que el año pasado se acreditó la victoria por la mínima diferencia de 1-0 en cuatro ocasiones.
Cuando a Hernández le ha tocado lanzar en los últimos tres años, Seattle ha promediado apenas 3.50 carreras por juego.
Aunque el empeño por adquirir a los mejores bateadores disponibles en la agencia libre no fructificó, los Marineros están confiados que han resuelto en parte sus falencias con las adquisiciones del bateador designado Kendrys Morales y el jardinero izquierdo Michael Morse mediante canjes. También esperan que Raúl Ibáñez y Jason Bay aún tengan algo más que aportar saliendo de la banca.
Sin embargo, el cambio más importante de todos no fue uno que correspondió a un jugador nuevo. Más bien fue uno estructural en su coqueto estadio, el Safeco Field.
Tras ver cuantiosos elevados morir mansamente en el espacioso jardín y cómo los agentes libres preferían ofertas de equipos con estadios con dimensiones más favorables, los Marineros finalmente tomaron la decisión de achicar su parque.
Al esgrimir estudios que indicaron que el aire frío que sopla del Estrecho de Puget frenaba la trayectoria de las pelotas, los Marineros modificaron las distancias. Un ejemplo: el muro del bosque izquierdo-central pasó de los 390 pies a 378. Las únicas dimensiones que no se cambiaron fueron las de las bandas.
“Nuestro objetivo es crear un ambiente que no castigue a los lanzadores, pero que permita tener un estadio que sea justo para todos”, dijo el gerente general Jack Zduriencik.
Ya era hora. Desde que el parque fue inaugurado en 2000, los Marineros son el equipo con menos carreras anotadas y el de peor promedio colectivo de bateo en casa en la Liga Americana. Son los cuartos peores en jonrones en su estadio, mientras que sus lanzadores ostentan el segundo mejor promedio de carreras limpias del circuito durante ese período.
Para entenderlo con más claridad. Su total de 619 anotadas el año pasado quedó 48 detrás del penúltimo en la Americana.
Los bateadores de los Marineros reaccionaron exultantes con los cambios: “Te desmoralizaba ver desde el plato que tus batazos se morían.