Piensa en un joven Michael Caine, apenas con 29 años, en 1964, listo para protagonizar Zulu, una película que inmortalizaría la Batalla de Rorke’s Drift. Una oportunidad dorada, sin duda. Su salario, £4000 (equivalentes a aproximadamente £70,000 de hoy), fue un gran impulso para su carrera. Cinco años después, Caine ya era millonario. Pero el camino a la fama no siempre es un paseo.
El rodaje en Sudáfrica, rodeado de extras zulúes, muchos descendientes de los guerreros que participaron en la batalla real, fue una experiencia intensa. La producción, comprometida con el realismo histórico, contrató a zulúes para asegurar la autenticidad. Pero esta inmersión en la historia tuvo un costo inesperado para el joven actor.
La presión, la magnitud del proyecto y la cercanía con la historia que estaba interpretando generaron en Caine una tensión que lo llevó a enfermar. El estrés era palpable. Cuenta la anécdota que, al ver las primeras tomas ("dailies"), el nerviosismo lo superó; la experiencia fue tan abrumadora que lo enfermó. Desde entonces, Caine nunca más volvió a ver las tomas diarias de ninguna película.
Curiosamente, las burlas de algunos extras en el set contribuyeron a su malestar. Este detalle, a pesar de su gravedad para el actor en ese momento, nos permite vislumbrar la presión y la inmersión total que se vivía en un rodaje tan ambicioso. A pesar de las dificultades iniciales, la película se convirtió en un éxito crítico y se mantiene como una de las grandes joyas del cine británico.
La historia de Caine en Zulu trasciende el simple relato de un rodaje. Es un ejemplo de cómo la búsqueda de la autenticidad, aun con sus complejidades, puede dar paso a una obra maestra. Un testimonio de la capacidad humana para sobreponerse al miedo y alcanzar la excelencia, incluso cuando el camino está pavimentado con nervios y bromas.