Según la investigación, el anestesiólogo Raynaldo Rivera Ortiz manipulaba bolsas de suero, inyectándoles un cóctel de medicamentos que incluía epinefrina, bupivacaína y otros compuestos anestésicos. Estas sustancias, diseñadas para usarse en contextos controlados y en dosis específicas, provocaban emergencias cardíacas graves al ser administradas a pacientes.
Las víctimas de Ortiz no solo sufrieron emergencias médicas, sino también profundas cicatrices emocionales y pérdidas irreparables. Entre las víctimas destaca el caso de la anestesióloga Melanie Kaspar, quien falleció tras utilizar una bolsa de suero contaminada para tratarse de deshidratación.
El esposo de la víctima, el doctor John Kaspar, describió en el juicio el devastador impacto de encontrarla sin vida, compartiendo que los “ojos inertes” de su esposa son un recuerdo que lo persigue. Para él, Ortiz no actuó por impulso, sino con una “calculada indiferencia”.
Las motivaciones detrás de los actos de Ortiz no surgieron de una improvisación, sino en un contexto personal y profesional marcado por tensiones y posibles represalias. En el momento en que comenzaron las emergencias cardíacas relacionadas con las bolsas de suero, el anestesiólogo enfrentaba una serie de problemas legales y disciplinarios que ponían en peligro su carrera médica.
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La fiscal Leigha Simonton describió las acciones de Ortiz como las de “un atacante armado que dispara indiscriminadamente en una multitud”. Aunque su “arma” era invisible, su capacidad de causar daño fue devastadora, resultando en al menos una muerte y múltiples emergencias médicas.