A dos días de la investidura de Donald Trump para un segundo mandato, miles de personas, llegadas de todos los rincones de Estados Unidos, convergen en la capital. No se trata de una simple protesta; es una declaración. La "Marcha de las Mujeres," aunque con menor asistencia que en 2017 –se estimaban 50,000 asistentes, muy lejos del medio millón de la primera edición–, es un potente recordatorio: la lucha por los derechos de las mujeres y las minorías continúa. El frío no amilana el espíritu, ni la expectativa de un “nuevo combate que no ha hecho más que empezar,” como lo describe una participante.
Personajes como Krista Falkenstine, una mujer de 65 años proveniente de Colorado, ejemplifican el sentimiento general. “Tengo dos hijas y estoy preocupada por su futuro. Tienen menos derechos de los que yo tuve,” confiesa, admitiendo un cambio radical en su postura: “En el pasado, me daba reparo alzar mi voz, pero ya no.” Su testimonio resuena con el de muchos otros.
Entre la multitud, se encuentra Matt Byrne, un ingeniero de 36 años llegado desde Filadelfia. Su presencia refleja la solidaridad masculina con la causa. Sin embargo, la opinión de Matt sobre la marcha misma resulta reveladora: “Tiene que ver con la falta de un mensaje claro. Hay más ideas, pero menos foco.” Un comentario que evidencia la complejidad de movilizar a un grupo tan diverso con objetivos compartidos.
La diversidad es evidente. Melissa Mungi, una estadounidense de origen filipino, expresa la determinación de asegurar que “la historia no se repita.” Mientras, Susan Corbin, proveniente de California, se muestra pesimista respecto al impacto de la nueva administración en las clases medias y bajas: “La nueva Administración republicana ayuda a los millonarios, no a la gente de a pie. Y las cosas van a ir a peor.”
Incluso las más jóvenes, como Haley, de 27 años y residente en Alexandria, expresan su decepción: “Estar juntos muestra que no seremos silenciadas. Trump no cree que las mujeres somos valiosas como seres humanos. Me decepciona que hubiera mujeres que votaran por él.” Su testimonio subraya las raíces del movimiento, nacido en las redes sociales tras las elecciones de 2016, impulsado por jóvenes indignadas por la victoria de un candidato acusado de acoso sexual.
La marcha, lejos de ser un simple evento, marca el inicio de una nueva etapa de activismo. El trasfondo, la derogación de la protección federal del derecho al aborto en 2022, se mantiene como una motivación central. Ginna Green, presidenta de la junta directiva de la marcha, resume el sentir general en un comunicado: “No nos rendiremos. Ahora es el momento de unirnos en torno a valores compartidos y de luchar por un futuro justo. La historia nos dice que cuando luchamos ganamos.”
El ambiente, a pesar de la frialdad del invierno y la seriedad de las demandas, conserva un tono festivo. La marcha, más allá de los números de asistentes, representa una potente fuerza simbólica: la resistencia persiste.