Deportaciones secretas de EE.UU. a África: silencio y violaciones a derechos humanos

Los detalles emergen a cuentagotas: antes de Ruanda, Sudán del Sur y Esuatini —antes Suazilandia— ya habían aceptado vuelos con deportados en julio. Todos comparten un patrón inquietante: las autoridades estadounidenses no revelan información sobre los trasladados, quienes permanecen en prisiones de máxima seguridad sin contacto legal. "Mis clientes llevan seis semanas sin explicaciones. Tememos por su integridad", denuncia Alma David, defensora de dos hombres enviados a Esuatini.
El Departamento de Seguridad Nacional justifica estas acciones argumentando que se trata de individuos "tan peligrosos que sus países de origen los rechazan". Sin embargo, los casos documentados contradicen esa narrativa. Orville Etoria, un jamaicano de 62 años deportado a Esuatini, había cumplido una condena por homicidio en 1996 y vivía legalmente en Nueva York, reportándose periódicamente ante inmigración. "Obtuvo su pasaporte jamaicano cuando se lo pidieron, pero en lugar de enviarlo allí, lo desaparecieron en África", explica su abogada, Mia Unger.
El mecanismo parece claro: utilizar el miedo como disuasivo. Expertos sugieren que el verdadero objetivo es forzar "autodeportaciones" ante el terror de terminar en naciones con sistemas penitenciarios brutales. Mientras tanto, familias como la de Etoria —quien estudiaba teología antes de ser deportado— esperan respuestas que nunca llegan. Las prisiones africanas, lejos de cámaras y abogados, se convierten en agujeros negros donde desaparecen historias enteras.