Nogales
Es un lugar común decir que el tiempo pasa, que todo transcurre. Al hablar del tiempo pensamos inmediatamente en movimiento perpetuo de masas e individuos y hasta de cosas inanimadas. Sin embargo, en determinadas circunstancias es posible también hablar de movimiento ausente, de cuerpos paralizados o semiparalizados: en fin, de tiempo muerto.
Aquí en la frontera tenemos un ejemplo diáfano de esta clase de transcurrir temporal. Cada vez que nos formamos en la fila para ingresar a Estados Unidos, nuestras vidas parecen embotarse, nuestra existencia se coloca momentáneamente fuera del mundo para quedar atrapada en una especie de túnel al aire libre, en el cual la paciencia o la molicie son requisitos de carácter indispensables. Como sucede actualmente en los aeropuertos o sucedía en las antiguas estaciones de ferrocarril, el espacio físico asignado para “hacer fila” flota sobre o debajo de nosotros porque tan sólo es lugar de paso, requisito obligatorio, triangulo de las bermudas que permite acceder a otra dimensión.
Y vaya que ahí se respira otro aire, allí incluso el sol es distinto y vuelve distintos a quienes reciben su calor. Así es, todos cambiamos cuando esperamos turno para cruzar la línea. Si estamos a bordo de un automóvil, la misantropía se dirige hacia los otros conductores y los pedigüeños profesionales: “No le voy a dar nada”, decimos para nosotros mismos, “ese güey seguro gana más que yo en una semana; dicen que lo traen cada mañana en un carrazo; puede que ni esté inválido.” O bien “Mira nomás toda esta gente, te apuesto que no tiene ningún motivo importante para cruzar. A mí sí me urge, necesito comprar un shampoo y una pasta de dientes.”
Si por el contrario cruzamos caminando, el odio instantáneo encuentra su objetivo en los ancianos a los cuales se les dispensa de formarse en la fila: “!Me lleva!”, pensamos, “así nunca vamos a pasar. Mira esa señora, está más sana que yo, yo también voy a tramitar mi credencial del INSEN, así que fácil.”
Tales modificaciones de comportamiento recuerdan la famosa historia del Doctor Jekyll y el señor Hyde: la personalidad sufre una brusca alteración cuya duración termina una vez se pone pie en el “otro lado”, pero se presenta de nuevo cuando se vuelve a materializar la ocasión. Es decir, lo provisorio se torna permanente.
Quizá asumiéndonos víctimas del determinismo, este es el destino inexorable de los seres fronterizos: aprender a respirar dentro de un tiempo que si bien no se detiene del todo, por lo menos se fragmenta varias veces al día.
Tal vez debemos acostumbrarnos, tal vez ya nos acostumbramos, a existir siempre a medio camino, entre la inminencia del derrumbe y la posibilidad de un enorme, elegante edificio gris, que nos impida ver las nubes.
Minimalismos de la razón distorsionada
A veces nos vemos al espejo y pensamos que Nogales es muy feo. Pero nunca es así, lo que pasa es que está lloviendo.
Soñando como siempre con tiempos mejores, volvió a quedarse dormido sin recuperar su pasaporte.
Nunca como ese día hubo escasez de tortillas en Nogales. Los ciudadanos se volcaron desesperados a las calles e incendiaron de un solo golpe todas las taquerías ambulantes.
Dicen que antes nevaba mucho más que ahora. Aquellos eran buenos tiempos: podías construir castillos, quebrar cristales con pelotitas blancas, atestiguar muchísimas hipotermias.
La intemperie toca a nuestra puerta, la inminencia amenaza desde el cielo. Tal vez sea el Apocalipsis, tal vez únicamente el sueño recurrente de vivir sin Visa Laser.
Recomendaciones de nuestra Biblioteca Pública
Doña Flor y sus dos maridos es una novela deliciosa y entrañable del escritor brasileño (Salvador Bahía), Jorge Amado. Tiene algunas más en su haber, es cierto. Pero esta en particular funciona como perfecta metáfora de una singular taxonomía. Al final Doña Flor termina viviendo feliz entre un amor formal y un amor arrebatado, ambos igualmente eróticos y perturbadores. Para nosotros es posible también respirar la sustancia vital de dos clases de literatura: la espumosa, lúdica, regeneradora y la sórdida, descarnada, trascendente: ambas igualmente eróticas, perturbadoras. Ejemplos: Historia del ojo, Los Cantos de Maldoror, Viaje al Fin de la Noche, El Quijote, Confabulario, Amor Perdido.
Sirva pues el centenario del nacimiento de Jorge Amado como pretexto para acercarnos a su obra y acometer así una de las dos columnas con las cuales arbitrariamente proponemos sostener el complejo edificio de nuestra existencia literaria…