Te emocionas, ¿quién no ama a Tears for Fears? Han sido la banda sonora de tu adolescencia, de tus primeras desilusiones amorosas. Un clic te lleva a la imagen, y un vacío te invade. Un astronauta con una visera cromada, flotando en un campo de girasoles. En su pecho, dos círculos con hojas que se enredan.
Es como si alguien hubiera mezclado un sueño extraño con una imagen de un generador de imágenes de IA de los años 90. "¿Esto es arte?", te preguntas.
"Songs for a Nerve Planet", el título del álbum, ahora parece una burla. ¿Nervios? No, esto es más bien un calmante. Un torbellino de ideas sin conexión, una mezcla de colores que no se funden. El arte se siente forzado, frío. Un intento de conectar con la modernidad sin entenderla.
La banda publicó una declaración, un intento de explicar el inexplicable. Una oda al arte surrealista, a la IA. Un texto que parece salido de una página de Wikipedia. "Vital Burov, también conocido como Le God, fue el artista perfecto para darle vida a nuestra visión", dicen, como si el artista fuera una herramienta más.
Las palabras "surrealista" e "IA" suenan vacías. Un intento desesperado de justificar lo injustificable. En este caso, el arte no complementa la música, la opaca. Las canciones de Tears for Fears son profundas, emocionantes, reflexivas. Esta portada es un contraste desgarrador.
Te preguntas: ¿Acaso Tears for Fears se ha rendido al algoritmo? ¿Han cedido ante la presión de la modernidad? Te gustaría creer que no, que hay un plan maestro detrás de este desastre visual. Pero la verdad es que no lo sabes. Y ese desconocimiento te deja con un sabor agridulce, como si tu banda favorita hubiera perdido un poco de su magia.