Nicole Spartano, epidemióloga de la Universidad de Boston, ha usado estos dispositivos pese a no tener diabetes. Su interés nace de investigar cómo factores cotidianos —desde un tazón de arroz hasta una noche de mal sueño— impactan los niveles de glucosa. "La sangre no miente, pero sus mensajes pueden ser difíciles de descifrar", advierte.
Los MCG, que antes requerían receta, hoy se venden libremente en EE.UU. por unos $50 dólares por unidad (dura aproximadamente 14 días). Funcionan con un sensor insertado bajo la piel que mide la glucosa en el líquido intersticial y envía datos a un smartphone. Según estándares médicos, los niveles ideales oscilan entre 70 y 140 mg/dl en estado no ayuno.
Pero el panorama se complica:
- Un estudio de American Journal of Clinical Nutrition reveló que la misma comida puede provocar respuestas glucémicas distintas en la misma persona según la semana.
- Spartano descubrió que personas sin diabetes pasan un promedio de 3 horas diarias por encima del rango "seguro".
- Comer rápido vs. lento, el tipo de pan o incluso el estrés laboral alteran los resultados de formas contradictorias.
El mayor riesgo, según Spartano, es la obsesión por un solo indicador. Sus propios datos mostraron que engullir arroz mantenía su glucosa estable, mientras que masticarlo lentamente la elevaba. "Podría pensar que tragar sin respirar es la solución, pero la salud no se reduce a números en una app". La absorción de nutrientes, la saciedad e incluso el placer de comer entran en juego.
Con compañías promoviendo MCG como wearables de moda y la FDA flexibilizando su acceso, los expertos paden cautela: sin protocolos estandarizados para interpretar los datos, su valor real sigue entre brumas.
