La historia que te contaré comienza en Fireball, California, un pueblo agrícola con poco más de 8.600 habitantes. Piensa en una granja, más de 1.200 hectáreas dedicadas al cultivo de melón y algodón. Ahí nació Josh Allen, el 21 de mayo de 1996. No era el típico niño criado en un semillero de futuros deportistas de élite. Su infancia transcurrió entre los surcos, ayudando a su padre, un hombre que le inculcó una disciplina y una ética de trabajo que marcarían para siempre su vida.
En Fireball High, su escuela secundaria, Josh era un chico alto y fuerte, con un brazo poderoso. Pero no era una estrella inmediata. Jugaba béisbol, básquetbol, incluso natación. El fútbol americano era algo más, una faceta más dentro de su rutina. Sin embargo, en sus últimos años de preparatoria, algo cambió. Su rendimiento explotó. Lanzó 33 touchdowns y solo 5 intercepciones en su último año, un récord histórico para su escuela. Terminó con 5200 yardas por aire y 59 touchdowns. Su número fue retirado por Fireball High. Impresionante, ¿verdad? Pero incluso con esas estadísticas, el camino a la universidad no fue sencillo.
Recibió pocas ofertas de becas. Los scouts veían potencial, pero también áreas de mejora. La falta de experiencia en un alto nivel jugaba en su contra. "De verdad? 1.86 metros, 77 kilos," le respondieron desde Fresno State, después de rechazarlo por un quarterback más pequeño y delgado. La respuesta de Josh: "Sí, ya tenemos a nuestro jugador. ¡Buena suerte!"
Así que pasó por Ridley College, una universidad técnica de dos años. Ahí, como quarterback titular, brilló: 2,550 yardas por aire y 26 touchdowns en sus primeros 10 juegos.
Después, la Universidad de Wyoming le abrió las puertas. Su primera temporada fue como suplente, hasta que una lesión del titular le dio la oportunidad. Pero el destino le tenía preparada una dura prueba: una fractura de clavícula en más de siete partes. Una lesión que parecía acabar con sus sueños.
Pero Allen regresó más fuerte. En 2016, lanzó 3.203 yardas y 36 touchdowns, llevando a Wyoming a la final de su conferencia. Su potencia para lanzar balones largos, su movilidad y capacidad de improvisación llamaron la atención de la NFL. Terminó su etapa universitaria con 5.066 yardas por aire, 44 pases de anotación, pero también con un porcentaje de pases completados del 56.2%, lo que generaba dudas sobre su consistencia.
Llegó el Draft de la NFL 2018. Los Buffalo Bills, arriesgándose, lo eligieron con la séptima selección global. Su inicio en la NFL no fue perfecto. Su precisión era cuestionada. Su primera temporada: 2.074 yardas por pase, 10 touchdowns por pase, 12 intercepciones y un porcentaje de pases completados del 52.8%. Pero la perseverancia dio sus frutos. Su crecimiento fue exponencial, transformándose en un líder indiscutible, formando una dupla excepcional con Stephen Diggs. Su temporada 2020 fue histórica: más de 4.000 yardas por aire, 37 touchdowns por pase. Y desde entonces, no ha parado de brillar.
Hoy, Josh Allen es sinónimo de potencia, improvisación y liderazgo. Con 28 años, ya es uno de los quarterbacks más dominantes de la NFL. La temporada 2025 lo encuentra nuevamente en la contienda por el MVP, junto a figuras como Lamar Jackson y Zachary Barkley. Su historia, desde la granja de Fireball hasta la cima de la NFL, es una prueba de que el trabajo duro, la determinación y la superación personal pueden llevarte más allá de lo imaginable.
De un chico desconocido en un pequeño pueblo agrícola a una estrella de la NFL, su camino está lejos de terminar. Es una historia llena de obstáculos superados, de momentos cruciales que marcaron su trayectoria, una historia que seguramente seguirá inspirando a muchos.