Berlín, Ale.
El actor y director estadounidense se apropia de lleno de la Berlinale con su nueva película.
El actor y director estadunidense George Clonney se apropió de lleno de la Berlinale con Monuments Men, que convierte en película de aventuras la intervención aliada contra el expolio nazi.
El estallido de “flashes” y codazos por hacerse con una imagen de Clooney estaba programado y así fue, tras la proyección de un filme 100 % Hollywood, sobre un equipo de historiadores del arte y a la vez patriotas soldados, al rescate de los tesoros de la civilización.
Me interesa la historia, me interesa el arte. Y tuve el privilegio de estar aquí, en Alemania. ¿Qué más se puede pedir?”, respondía Clooney, acompañado de un arsenal de actores de su equipo, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman y Jean Dujardin, entre otros.
En una conferencia de prensa abarrotada y con Murray haciendo piruetas a su lado -lo mismo que días atrás, con el equipo de The Grand Budapest Hotel-, Clooney insistió una y otra vez en la palabra “historia”, por mucho que su producción la aborda casi como anécdota.
Monuments Men reduce a aventura el oscuro capítulo de la historia alemana del expolio de cinco millones de obras de arte propiedad de museos, la iglesia, coleccionistas privados y familias judías.
Fue un robo organizado por el aparato nazi, fuera para nutrir los fondos museísticos, las arcas del Tercer Reich o las paredes de los comedores militares.
Décadas después sigue sin haberse logrado restituir al completo ese tesoro a sus legítimos propietarios, como mostró el hallazgo, unos meses atrás, de 1,400 piezas en casa del anciano muniqués Cornelius Gürlich, cuya existencia se desconocía.
En el film, Clooney y su clan llegan a Normandía días después del histórico desembarco aliado como parte del equipo real que integraron 350 hombres y mujeres, con el objetivo de rescatar lo que los bombardeos no destruyeron ni se llevaron los nazis.
El papel que se adjudica Clooney es el del historiador-jefe. A partir de ahí, reparte por el filme todos los tópicos posibles, desde el viejo avión escondido en el granero al villancico que sus nietos cantan al veterano Murray a distancia.
La banda sonora recuerda deliberadamente a The Bridge on the River Kwai, los nazis parecen los malos de Indiana Jones, y Clooney se reserva el privilegio de algún mensaje patriótico: cero sorpresas, como no lo fue el impacto mediático en torno al astro.
“Viene Clooney y acuden todos”, había vaticinado el director de la Berlinale, Dieter Kosslick, acerca de un invitado que en ediciones anteriores del festival ya fue aclamado, con o sin película a concurso, y al que se recibe como amigo de la casa.
La Berlinale necesitaba una gran estrella sobre la alfombra roja y la tuvo, mientras algunos desistían de asomarse a ver la película a competición de la jornada, la alemana “Die geliebten Schwestern” (“Beloved Sisters”).
El cine anfitrión llevaba las de perder con ese filme “de época” y 170 minutos de duración, proyectado para la prensa de un día dominado por la presencia de Clooney en la ciudad.
Dominik Graf, su director, retrata una romántica historia del poeta Friedrich Schiller, emparedado entre el amor de dos hermanas, Caroline y Charlotte, una casada y la otra por casar, tan almas gemelas entre sí como hacia él, que pactan convertirse en terceto.
Es un filme hermoso, que dejó al público no alemán con la tentación de dejar la película y coger a un tren para visitar Weimar, la ciudad que conocieron Goethe y Schiller, o los bosques del “land” de Turingia, escenarios de la película.
Las actrices tal vez no dan la talla (Hannah Hertzsprung y Henriette Confirius), y a Schiller (Florian Stetter) le falta la garra que debió tener el poeta para desatar la tolerancia triangular de las dos hermanas.
Graf, uno de los representantes del cine anfitrión habituales de la Berlinale, con una asiduidad casi anual, logró por lo menos no provocar una desbandada a mitad de un filme cuya duración se vaticinaba ya como disuasoria.