México
El reloj de la torre que remata al edificio estilo neoclásico francés marcó las 22 horas, pero su órgano no dio anoche las diez campanadas de rigor.
Desde dos horas antes, en el hall de su primer piso, entre los salones San Martín y Dorado, sobre una base cromada esta apoyado un féretro cerrado, dentro del cual está el cuerpo sin vida de Gustavo Cerati.
Las puertas del edificio sede de la Legislatura de Buenos Aires, construido hace 83 años en una manzana triangular, sobre la diagonal que sale hacia el sur desde la Plaza de Mayo, permanecen todavía cerradas a esa hora a pedido de sus familiares.
Pero en los alrededores la fila de personas que aguardan para despedirlo con un “Gracias totales”, un giro ceratiano incorporado al habla del porteño (el habitante de Buenos Aires), crece a razón de tres calles cada quince minutos, según pudo comprobar este cronista.
Cuestión de azar, se dirá después el cronista. A cinco calles del acceso, se detiene ante dos mujeres, Lucy Valdéz, de 43 años, y Rosa Zamudio, de 53. Enfermeras ellas, estuvieron al cuidado de Cerati en la habitación del octavo piso de la clínica neurológica en la que permaneció desde su accidente cerebrovascular en Caracas hasta su traslado a otra clínica, todo en 2010.