CIUDAD DE MÉXICO.
El cine salvó una vez más la vida de Guillermo del Toro, quien con La forma del agua, su décima película, se ha dedicado a recoger los frutos de una trayectoria descomunal en la que ha consagrado su existencia a los monstruos.
El propio cineasta ha relatado que cuando tenía tres años y vivía en la casona de su abuela en Guadalajara fue visitado por extrañas criaturas con las que hizo un pacto: si ellas dejaban de asustarlo por las noches, él se convertiría en su mejor amigo y les sería fiel el resto de su vida.
Esa promesa continúa con su más reciente trabajo: La forma del agua, que mañana llega a mil 200 pantallas del país después de un triunfal recorrido por los festivales más prestigiados del mundo, que incluye Venecia, Toronto y Morelia, así como con dos Globos de Oro bajo el brazo: Mejor Dirección (Del Toro) y Mejor Música Original (Alexandre Desplat).
“Con esa película la vida me hizo crisis y, al final, me salvó la vida, al igual que lo hizo en su momento El espinazo del diablo y El laberinto del fauno”, comentó.
La crisis respondía que su película previa, La cumbre escarlata resultó un fracaso en la taquilla mundial, en la cual recaudó apenas 74 millones de dólares de los 55 que costó, dejándole un margen prácticamente nulo de ganancia al estudio que la financió debido a los porcentajes de los ingresos para las cadenas exhibidoras.
La razón de ese tropiezo, explicaría más tarde el propio Del Toro, es que al ser tan costosa, el estudio se vio obligado a “venderla” como una película de terror, cuando en realidad se trataba de un “cuento gótico”.
La experiencia sumió al cineasta en una profunda depresión, en la que con 50 años cumplidos se replanteó toda su carrera y la razón de la misma.
“Me puse a pensar qué estoy haciendo y me pregunté: ¿qué voy a intentar diferente? Porque tenía que hacer algo, o que me diera miedo o curiosidad, o que fueran un reto para mí. Era renovarse o morir. Y así lo asumí, porque tenía que hacer la película más incómoda de mi vida, con presupuesto apretado y en la que hablara yo a mis 53 años y esa es la película, porque el acto creativo es un acto vital, es lo que me define”, explicó el realizador en una entrevista realizada en la pasada edición del Festival de Morelia.
La cinta, coescrita con Vanessa Taylor —coguionista también de la versión de acción viva de Aladdin que prepara Disney—, narra la historia de Elisa (Sally Hawkins), una solitaria y muda trabajadora de limpieza que trabaja en un laboratorio secreto del gobierno estadounidense en los años de la Guerra Fría, a la cual llegará una extraña criatura encontrada en el amazonas que cambiará su existencia para siempre.
“Es un cuento de hadas para tiempos difíciles, una parábola de lo que nos pasa como humanidad. Es un tiempo muy particular y muy parecido al ahora, con diferencias de género, brutalidad racial, una guerra activa, el conflicto en Vietnam o el asesinato de (John F. Kennedy).
“Momentos en los que es importante abandonar las ideologías y abrazar las ideas de la tolerancia, la otredad, la diversidad”, añadió.
Uno de los grandes méritos del tapatío es que sin traicionar a sus principios y a su amor por el género de la fantasía y el terror, ha vencido las imposiciones más crueles de los estudios hollywoodenses, los cuales han terminado por respaldar sus proyectos.
“Solamente hago las historias que quiero contar y sólo las cuento de la manera que a mí me interesa.
“A veces encuentras una audiencia más amplia o un público más devoto, pero llevo 25 años haciendo esto, y con una sola excepción, que fue Mimic, de 1997, todas las películas son las que siento que necesito hacer. Y eso va a continuar, creo que más fuerte a partir de este momento”, prometía el domingo pasado en la sala de prensa mientras sostenía el Globo de Oro al Mejor Director otorgado por la Asociación de Prensa Extranjera en Hollywood.
La forma del agua es también la cinta en la que por primera vez, y según sus propias palabras, muestra las preocupaciones de un Guillermo del Toro adulto.
“Esta historia incluye amor físico, sin ningún problema y con toda naturalidad. Eso es un rollo que libera, que permite, y que habla de la relación que tenemos como país con el fantástico, con los surrealista y con lo mágico.
“Finalmente hablo de fuerzas políticas, sociales, sexuales y francamente adulta, pero con un corazón muy puro”, precisa.
La forma del agua comenzó su exitoso camino en septiembre pasado en la Mostra de Venecia, donde el realizador se convirtió en el primer mexicano en obtener el León de Oro.
La película lideró las nominaciones a los premios BAFTA de la Academia Británica de Artes y Ciencias Cinematográficas con 12 menciones, y se perfila como una de las grandes favoritas para la entrega número 90 del Oscar, que se celebrará a principios de marzo en Los Ángeles.
Pero Del Toro es mucho más que cine, y es quizá en ese terreno, donde su talento y generosidad no encuentra comparación. Y ejemplos sobran.
En el plano laboral además de su basta filmografía, ostenta créditos como productor de varias cintas de directores a los que ha decidido ayudar para filmar su primer largometraje como Juan Antonio Bayona (El orfanato), Jorge Gutiérrez (El libro de la vida) o Andres Muscetti (Mamá).
Es además escritor de la trilogía literaria comenzada con Nocturna, que dio paso a la serie de televisión The Strain y es de los pocos cineastas, junto con Tim Burton y Walt Disney, que pueden presumir de haber exhibido su obra en un museo, tal y como ocurrió con At Home With Monsters presentada en el LACMA de Los Ángeles.
En el plano personal, los ejemplos se multiplican aún más. Desde su infinito agradecimiento a las personas que lo apoyaron en sus inicios en la capital tapatía, hasta el donativo para los estudios de una joven que sufrió cáncer, pasando por su lealtad con sus fans, a los cuales nunca se permite fallarles, tal y como ocurrió en octubre pasado durante el Festival de Morelia, en donde programó una segunda charla magistral de último momento para que ninguno de sus seguidores se quedara afuera del teatro Melchor Ocampo.