La historia detrás de esta adaptación comienza con Winona Ryder, quien, tras abandonar abruptamente el rodaje de The Godfather Part III, se acercó a Coppola con la idea de llevar a la pantalla el clásico gótico. En esta versión, el icónico Conde, interpretado magistralmente por Gary Oldman, es presentado no solo como un vampiro sediento de sangre, sino como un héroe trágico marcado por la muerte de su amada, Elisabeta, también interpretada por Ryder. Este giro en la narrativa transforma al personaje en un ser atormentado, condenado a la inmortalidad tras renunciar a Dios.
A medida que avanza la trama, el Conde descubre que la reencarnación de su esposa, Mina, vive en Londres del siglo XIX. En un giro fascinante, la seduce durante una exhibición del cinematógrafo, un símbolo del nacimiento del cine. Coppola, al desarrollar esta obra, se inspiró en la coincidencia entre la publicación de la novela en 1897 y el surgimiento del cine, utilizando técnicas de cámara de la época y efectos prácticos que rinden homenaje a los orígenes del séptimo arte.
El director tomó una decisión audaz al despedir a su equipo de efectos especiales, optando por la visión de su hijo, Roman Coppola, quien aportó un enfoque inspirado en el cineasta Georges Méliès. Esta elección se refleja en la estética vibrante y enérgica de la película, donde cada aspecto, desde la cinematografía hasta el diseño de producción, parece estar diseñado para impactar. Un reconocimiento especial merece Eiko Ishioka, cuyas vestimentas ganadoras del Oscar son auténticas obras de arte que complementan la narrativa visual.
La película, lanzada en la cúspide de los thrillers eróticos de los años 90, exhuma la sexualidad reprimida de la era victoriana. A diferencia de la novela de Stoker, las mujeres en esta adaptación expresan abiertamente su deseo de ser consumidas por el Conde, experimentando una mezcla de dolor y éxtasis tras ser mordidas. Sin embargo, la obra no escapa completamente de los valores victorianos, reflejando las preocupaciones de la crisis del VIH/SIDA que se vivía en la época de su estreno.
Coppola logra equilibrar esta tensión conservadora con un espectáculo erótico palpable, destacando actuaciones apasionadas, especialmente de Oldman y Sadie Frost, quienes aportan una sensualidad visceral y una teatralidad inquietante que complementa la grandeza visual de la película. “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”, es una de las líneas más memorables que encapsula la lucha del Conde entre el amor y el miedo, un reflejo de las propias batallas de Coppola a lo largo de su carrera.
Los temas de amor perdido y tiempo desperdiciado han sido constantes en el estilo tardío de Coppola, explorando tragedias personales en sus obras posteriores. En Bram Stoker’s Dracula, la intersección de placer y dolor se manifiesta de manera sublime, ofreciendo una experiencia cinematográfica que perdura en la memoria.