Hablamos de Adrien Brody, un actor reconocido por su entrega absoluta a sus personajes. Su papel en El Pianista, donde interpretó al músico polaco Władysław Szpilman, le valió un Oscar y un reconocimiento mundial. Pero detrás de la aclamación crítica, se esconde una historia menos conocida, una transformación física y emocional que marcó un antes y un después en su vida.
Para encarnar a Szpilman, Brody, quien entonces tenía 29 años, emprendió una radical transformación física. "Vendí mi auto, dejé mi departamento, incluso mi teléfono", reveló en una reciente entrevista. Su preparación incluyó una dieta rigurosa, limitando su ingesta a pequeñas cantidades de proteína mientras practicaba piano clásico durante horas. El resultado: una pérdida de 30 libras, dejando su peso en 129. A esto se sumó la ruptura con su novia de ese entonces, creando una atmósfera de soledad e incertidumbre.
El esfuerzo extremo para El Pianista tuvo un precio. “Tuve un trastorno alimenticio durante al menos un año,” confesó Brody. “Y después estuve deprimido por un año, si no es que por toda la vida. ¡Es broma, es broma!” Pero la broma deja entrever una realidad compleja. El actor experimentó además insomnio y ataques de pánico, consecuencias de la intensa presión y la profunda inmersión en el papel.
La dedicación de Brody a la precisión en sus interpretaciones va más allá de El Pianista. Para la película de ciencia ficción de 2005, The Jacket, pidió al director que lo colocara en una camisa de fuerza para “experimentar la sensación”. Para Oxygen, incluso llegó a usar frenillos metálicos reales en lugar de prótesis. “No sabía lo jodidamente doloroso que era hasta que me pusieron unas pinzas y me los arrancaron de los dientes al final,” recordó.
Su padre, Elliott Brody, comentó sobre el año sabático que Adrien tomó después de El Pianista: “Había ganado el Oscar, pero no recibía ofertas a la altura de lo que había logrado. Rechazó muchos papeles malos.” Un testimonio que refleja la complejidad de la situación, donde el éxito y el agotamiento parecen ir de la mano.
La historia de Adrien Brody sirve como recordatorio de que la búsqueda de la perfección artística puede tener un costo personal significativo. La interpretación, en sus niveles más profundos, puede ser un proceso transformador que deja una huella duradera en la vida del artista.