México, DF
Nadie de afuera atestiguó la votación ni vio la entrega del informe financiero del sindicato.
Ya todo estaba dicho, pero había que ir. Armados con globos, mantas, aplaudidores y matracas que tenían impreso el rostro de su líder, más de tres mil sindicalizados de Pemex y sus familiares acudieron a la sede de la organización, en la colonia Guerrero, para apoyar al único competidor por la dirigencia: Carlos Antonio Romero Deschamps.
Desde las 8 de la mañana, los trabajadores llenaron de fiesta la calle Zaragoza. Sus aliados, un grupo de música tropical y una banda de tambora. Su materia prima: el ánimo con el que buscaban cumplirle, una vez más, a su dirigente.
“¡No queremos a nadie más, Carlos es el mejor!”, gritó una de las sindicalizadas que, disciplinada, llevaba su credencial gris de Pemex. A su lado, hombres y mujeres provenientes de Hidalgo, Tabasco y Tamaulipas, entre otros estados, lo apoyaban con porras. “¡Los trabajadores petroleros estamos con Romero!”
No tenían otra alternativa que esperar y contemplar de lejos la puerta custodiada por 30 guardias de seguridad que solo permitieron la entrada a los 108 delegados de las 36 secciones, así como a los invitados especiales. Nadie más.
Nadie de los que estaban afuera — ni si quiera el personal de prensa de Pemex— atestiguó la votación que de forma unánime apoyó la reelección del tampiqueño para los próximos seis años. Tampoco vieron la entrega del informe financiero del sindicato, con lo cual la actual dirigencia —la misma de Romero— cumplió con la obligación estatutaria de rendir cuentas a sus trabajadores.
No importaba. Los seguidores se entretuvieron bailando salsa, cantando y hasta ingiriendo bebidas alcohólicas detrás de una de las gradas colocadas en la calle.
Tres de la tarde. Se acercaba la hora en que saldría del edificio el personaje que dirige a los 140 mil petroleros del país desde hace 22 años. El aviso lo dieron los invitados, quienes salieron sonriendo a las cámaras abrazándose entre ellos y alzando los brazos en señal de victoria.
“Si, fue de todos. Todos quisimos a don Carlos”, expresó un contento Raúl Zavala, delegado seccional.
Y de pronto, los papelitos de colores volaron y la tambora resonó con más fuerza. “¡Ahí va, ahí va!”, gritaron emocionados los trabajadores al ver a Romero repartiendo saludos y sonrisas, resguardado por un cerco de seguridad que le impidió dar algún mensaje a los medios.
“¡Déjenlo pasar, denle paso al señor!”, insistían los trabajadores mientras Romero se despedía y abordaba su camioneta de lujo, precedida por un automóvil donde viajaban sus guardaespaldas.