La vida de Robert Pickton, el mayor asesino en serie de Canadá, estuvo rodeada de sombras. Nunca se supo realmente cuántas fueron sus víctimas, tampoco la identidad de todas ellas, y en el juicio celebrado contra él en 2007 nadie logró descifrar si entendía o no las preguntas que se le formulaban. Ahora, su muerte a los 74 años en la prisión de máxima seguridad de Port-Cartier, a unos 700 kilómetros de Montreal, es también una incógnita. Solo ha trascendido que hace un par de semanas fue atacado por otro preso en esta cárcel donde cumplía condena a cadena perpetua tras haber matado durante al menos dos décadas a decenas de mujeres, la mayoría indígenas, cuyos restos utilizó para alimentar a los cerdos de la granja donde trabajaba cerca de Vancouver.
El servicio penitenciario canadiense apenas ha ofrecido información sobre la muerte de Pickton, cuyo asesino, de 51 años, le atacó -por motivos que se desconocen- de tal manera que fue ingresado con graves lesiones y en estado de coma. Un par de días después falleció. Allí, en la cama de un hospital, acabó la vida del hombre con el historial más sangriento del país norteamericano, que le bautizó como el descuartizador de Vancouver. En el centro financiero de esta ciudad solía captar a sus víctimas, todas mujeres, que solían moverse en ambientes marginales, entre la prostitución y el consumo de drogas.
Los investigadores no lograron determinar a cuántas asesinó hasta su arresto en febrero de 2002 aunque él mismo confesó a un compañero de celda -que se traba en realidad de un policía camuflado- que ascendían a al menos 49. Se sospecha que pudieron ser unas cuantas más, y organizaciones de defensa de mujeres indígenas llegaron a hablar de sesenta.
El registro a conciencia de la finca de 4,5 hectáreas donde criaba cerdos por parte de un centenar de arqueólogos especializados en restos humanos permitió localizar trazos de ADN de 33 mujeres. En la granja de los horrores se encontraron objetos personales de varias de ellas (bolsos, zapatos, ropa...) y partes de las víctimas descuartizadas en un refrigerador, aunque Pickton se esforzó en hacer desaparecer el resto al mezclarlo con la comida que daba a los animales.
"Oh, vaya historia", contestó el autor de tan macabros hechos cuando escuchó el relato durante el juicio celebrado cinco años después de su arresto donde se le condenó a cadena perpetua. Él defendió su inocencia durante el proceso. La sentencia confirmó la leyenda que corría por Vancouver desde hacía décadas sobre la desaparición de mujeres a manos de un hombre que las invitaba a fiestas en su granja y en la caravana donde vivía.
La investigación concluyó que Pickton comenzó a actuar como mínimo en los años ochenta, cuando era un treintañero. En 1997, una mujer logró escapar casi desangrada de la finca pero la Policía acabó retirando los cargos que había presentado la víctima y ella, aterrorizada, se negó años después a testificar en el juicio.El proceso penal no estuvo exento de polémica. La Fiscalía canadiense recibió un aluvión de críticas por parte de las familias de las asesinadas ya que decidió llevar a su verdugo al banquillo acusado sólo de seis crímenes al considerar, entre otras razones, que la condena sería la misma aunque se le juzgara por el total de homicidios. Pickton acabó sentenciado a cadena perpetua sin llegar jamás a reconocer -salvo ante aquel agente de incógnito- que se trataba de un monstruo.