Las calles de La Habana, que una vez fueron escenario de la historia y la vida vibrante de Cuba, quedaron sumidas en una oscuridad inquietante. La ciudad, vestida con el silencio de la noche, se convirtió en un testimonio silencioso de la fuerza implacable de la naturaleza. Árboles yacían derribados sobre las calles inundadas, como gigantes dormidos, mientras los restos de las olas gigantescas que azotaron la costa se desvanecían lentamente.
La Habana se tambaleó bajo el impacto de Rafael, un huracán de categoría 3 que barrió la isla, dejando a Cuba sin electricidad. La magnitud del impacto, aún siendo evaluada, ya deja ver un panorama desalentador: daños "muy fuertes" a la vivienda, la infraestructura y la agricultura, según el gobierno cubano.
Un video que recorrió las redes sociales mostraba el colapso de una de las torres de iluminación del emblemático Estadio 26 de Julio, símbolo del espíritu deportivo cubano, sucumbiendo ante la furia del viento. El Estadio, testigo de innumerables momentos de gloria, ahora se alzaba como un recordatorio de la vulnerabilidad humana frente a la naturaleza.
Mientras Rafael avanzaba hacia el Golfo de México, dejando a su paso un rastro de destrucción, los cubanos se enfrentaban a una situación que se repite con una inquietante frecuencia. El fantasma de la crisis energética que sumió a la isla en la oscuridad durante días, y la amenaza de un segundo huracán que azotó el este del país hace unas semanas, se materializó en un golpe que parece no terminar.
La incertidumbre se apoderó de la isla, mientras los habitantes se aferraban a la esperanza de que los daños fueran menores. La preocupación, sin embargo, era palpable. Silvia Pérez, una jubilada de 72 años, expresaba el sentir de muchos al decir: "Tengo miedo por mis amigos y mi familia". La tormenta, que ya había dejado sin electricidad a las Islas Caimán y Jamaica, era un recordatorio cruel de la fragilidad del mundo, y la necesidad de estar preparados para el futuro.