El epicentro de la protesta se situó en la histórica calle Olvera, un lugar cargado de simbolismo, testigo silencioso de la historia hispana en Estados Unidos. Desde ahí, miles de personas, impulsadas por una causa común, iniciaron una marcha que trascendió lo local para convertirse en un símbolo nacional.
El objetivo: oponerse a las políticas de deportación impulsadas por el entonces presidente Donald Trump. La indignación no se limitó a una sola zona. Desde el centro de Los Ángeles, donde los manifestantes, con lemas como “Nadie es ilegal”, llegaron a bloquear la autopista federal 101, provocando un monumental embotellamiento; la movilización se extendió a otras ciudades.
En Riverside, cientos de personas se sumaron a la protesta, recibiendo el apoyo de automovilistas que tocaban sus bocinas en señal de solidaridad. Similarmente, en San Diego, una multitud se congregó cerca del centro de convenciones. Incluso en Texas, aproximadamente 1,600 manifestantes se unieron a las protestas en Dallas, según reportes de la policía local. Estos eventos demostraron la magnitud y alcance de la inconformidad.
Las imágenes de la manifestación en la autopista 101 fueron impactantes: personas sentadas en la carretera, enfrentando a las autoridades con una determinación inquebrantable. La Patrulla de Caminos de California y el Departamento de Policía de Los Ángeles estuvieron presentes, aunque se reportó la ausencia de arrestos. Los manifestantes, muchos portando banderas de México y Estados Unidos, expresaron su repudio a la retórica anti-inmigrante y a las acciones del gobierno. Lema como “Los inmigrantes hacen grande a Estados Unidos” resonaron con fuerza.
Más allá de las imágenes, lo que quedó claro es que esta no fue una simple protesta. Fue una muestra de la fuerza colectiva de una comunidad que lucha por sus derechos y por un futuro más justo. La magnitud de la movilización, con epicentros en Los Ángeles, Riverside, San Diego y Dallas, reflejó un sentimiento generalizado que trasciende fronteras estatales.