Deportaciones de mexicanos: relatos de maltrato y desesperanza desde Tijuana
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En Tijuana, a escasos kilómetros del cruce fronterizo de El Chaparral, un centro de atención para deportados recibe diariamente a un flujo constante de mexicanos retornados. Entre ellos, Iván Ramos Reyes, un constructor de Chihuahua que pasó casi una década en Las Vegas. Su relato es desolador: “Yo vivía bien, trabajaba en la construcción. Me detuvieron por un pretexto menor, sin luces, y me deportaron después de dos días encerrado.” La pérdida de su vida en Estados Unidos, construida con esfuerzo, es una carga palpable en sus palabras.
Pero la experiencia de Iván no es única. Rogelio, otro deportado, describe un panorama desolador: “Nos recibieron mal, nos mantuvieron esposados y sin saber qué iba a pasar. Nos dijeron que no estaban dando asilo, solo deportando gente. Nos agarraron y nos aventaron para acá.” La sensación de impotencia ante la arbitrariedad de las autoridades es un hilo conductor en muchos de estos testimonios.
Daniel, con un dejo de sarcasmo que intenta disfrazar la amargura, cuenta: “Estuvo muy padre mi experiencia, porque pasé tres días en el desierto sin comer, me detuvieron y me encerraron esposado. Estoy contento de regresar a mi país, aunque no descarto volver a intentar cruzar.” Su narrativa refleja la tenacidad y la esperanza que, a pesar de las adversidades, muchos migrantes conservan.
Según Mónica Vega, coordinadora del Centro de Atención a Repatriados, desde su apertura han recibido a 754 personas, el 90% hombres. El promedio diario es de 20 deportados. Ella describe la diversidad de situaciones:
La realidad en la frontera es una compleja red de esperanzas rotas y decisiones difíciles. Los relatos de estos deportados pintan un cuadro de vulnerabilidad e incertidumbre, donde la búsqueda de un futuro mejor se enfrenta a la dura realidad de la deportación y el retorno a un país que, para muchos, ya no es el mismo que dejaron.