Crisis silenciosa en cooperativas de Nueva York: miles pierden sus hogares

Se trata de las cooperativas con arrendamiento de suelo, conocidas como “ground lease co-ops”. Estas, que en su momento ofrecieron una alternativa de vivienda asequible para la clase media, se han convertido en una pesadilla legal para sus habitantes. El problema radica en una peculiaridad contractual: los residentes son propietarios de sus edificios, pero no del terreno sobre el que se asientan.
Nombres como William Maiman y Linda Tse, residentes de la Mainstay Co-op, encarnan esta incertidumbre. “Somos un vecindario de personas de clase media, trabajadora y jubilados, y todo nuestro patrimonio está invertido en este edificio,” afirma Maiman, reflejando el sentir de muchos. Tse, por su parte, expresa el temor a un futuro sin alternativas: “Vamos a perder nuestro hogar y probablemente ni siquiera podamos venderlo”. La angustia también la comparte Vivian Mason: “No sabemos qué nos depara el futuro, y eso es lo que da miedo”.
El problema se agrava al considerar que muchos han invertido decenas de miles de dólares en mantenimiento, como relata Richard Wechlser de la Mainstay Co-op: “He gastado decenas de miles en el mantenimiento de mi hogar, y ahora tengo que buscar un nuevo lugar. Eso es ridículo. ¿Por qué es justo?”. Esta situación ha disparado la alarma.
La respuesta legislativa no se hace esperar. La senadora estatal Liz Krueger impulsa el proyecto de ley S2433, que busca limitar los aumentos de renta en estos casos. Sin embargo, la Real Estate Board of New York lo califica como “una política equivocada”, argumentando que desestabilizaría los contratos legales. Stuart Saft, abogado especializado en bienes raíces, incluso lo considera inconstitucional. En contraposición, Geoffrey Mazel, abogado que representa a varias cooperativas afectadas, argumenta que existe un precedente legal y una necesidad pública para regular estos contratos, destacando que muchos propietarios no fueron informados adecuadamente de los riesgos. “He asistido a reuniones donde he visto a personas llorar,” relata Mazel. “Es realmente una píldora venenosa para un edificio”.
El futuro de estas cooperativas y sus residentes pende de un hilo, entre la legislación y la incertidumbre legal.