Los manifestantes, en su mayoría trabajadores del Poder Judicial, habían prometido permitir el acceso a los legisladores y la celebración de las sesiones, pero con una condición: que se votara en contra de la reforma. A las 4 de la tarde, la paciencia se agotó. La tensión se convirtió en acción. Un contingente de manifestantes, con matracas, banderas y cornetas en mano, forzó las puertas del Senado e irrumpió en el recinto. El patio del federalismo se convirtió en un mar de banderas y consignas.
El ingreso de los manifestantes desató un caos. La sesión del Senado se suspendió de manera inmediata. Los legisladores, visiblemente sorprendidos por la irrupción, se vieron obligados a abandonar el recinto.
El ambiente dentro del Senado era una mezcla de incertidumbre y furia. Los manifestantes, con la voz enardecida, lanzaban consignas contra la reforma constitucional que tanto rechazaban. "La esperanza muere al último", gritaban, mientras observaban la sesión en una pantalla gigante. "Ese senador sí me representa", respondieron, con sarcasmo, cada vez que un legislador de oposición tomaba la palabra.
Las imágenes del ingreso de los manifestantes al Senado se transmitieron en vivo por televisión. La noticia se propagó como la pólvora, y en cuestión de minutos, el país entero se enteró de lo que estaba ocurriendo.
El impacto de la protesta fue innegable. La irrupción de los manifestantes en el Senado puso de manifiesto la profunda inconformidad que existe con la reforma constitucional. La situación, sin duda, plantea interrogantes sobre el futuro del Poder Judicial y la capacidad del sistema político para responder a las demandas de la sociedad.