Entre estas comunidades, la libanesa ha dejado una huella significativa, enriqueciendo el tejido social y cultural del país.
Se estima que el primer inmigrante libanés en llegar a México fue Boutros Raffoul, quien arribó en 1878 a través del Puerto de Veracruz. Su historia se entrelaza con la de su hermano Philippe, quien llegó diez años después y se estableció en Monterrey, donde abrió una tienda que operó hasta 1916. A pesar de su cercanía, los hermanos nunca se encontraron, un reflejo de las complejidades que enfrentan los inmigrantes en su búsqueda de un nuevo comienzo.
A medida que pasaron los años, la llegada de más inmigrantes libaneses se intensificó, muchos de los cuales eran intelectuales y comerciantes. Esta comunidad comenzó a consolidarse, y sus descendientes se destacaron en diversas áreas, convirtiéndose en empresarios, artistas y deportistas, contribuyendo así al desarrollo de la sociedad mexicana. Actualmente, se estima que más de 600,000 personas de origen libanés residen en México.
La creación del Centro Libanés fue un paso crucial para fortalecer la identidad y la cultura de esta comunidad. Fundado por los hermanos Antonio, Elías y José Fájer, el centro se estableció en la Colonia Florida, en el sur de la Ciudad de México. La inauguración, que tuvo lugar el 21 de noviembre de 1962, fue un evento significativo, marcado por las palabras del entonces presidente Adolfo López Mateos, quien instó a los mexicanos a buscar la amistad de los libaneses, resaltando la importancia de esta comunidad en el país.
El Instituto Cultural Mexicano Libanés ha sido fundamental en la promoción de la cultura libanesa en México. Uno de sus proyectos más emblemáticos fue la creación de un monumento al emigrante libanés, que simboliza la búsqueda de un futuro mejor. Este proyecto, liderado por el Lic. Antonio Trabulse y el Ing. Ramez Barquet, culminó en la realización de una estatua que representa la esperanza y el sacrificio de los inmigrantes. En 2004, se llevó a cabo una ceremonia en Líbano para rendir homenaje a estos emigrantes, destacando la conexión entre ambos países.
La estatua, que refleja la vestimenta de finales del siglo XIX, es un símbolo de la lucha y el anhelo de los libaneses por mejorar sus condiciones de vida. Con su mirada hacia el horizonte, representa no solo el viaje de aquellos que dejaron su tierra, sino también la unión de historias y destinos que se entrelazan a través del tiempo.