No se trata de simples cifras en un reporte, sino de personas, familias enteras, con sueños rotos y reconstruidos en cada paso. En Escuintla, dos caravanas migrantes, con un total aproximado de 600 personas, han hecho un alto en el camino. Provenientes de diversos países, estos viajeros – muchos de ellos venezolanos – se encuentran varados en la ruta de la costa grande de Chiapas. Su partida, iniciada el 8 de enero desde Tapachula, se ha visto frenada por un cóctel de factores que van más allá de la simple fatiga del viaje.
Roberto Rodríguez, un migrante venezolano, resume la situación con una cruda honestidad: “Ante la falta de respuestas de las citas de la CBP ONE, caminar se ha vuelto nuestra única opción. Queremos llegar a la frontera norte antes del 20 de enero”. La fecha, el 20 de enero, marca la inminente asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y con ella, el temor a las nuevas políticas migratorias.
El miedo no se limita a las políticas de Estados Unidos. Rodríguez describe dos amenazas constantes: la primera, la persecución y engaños de algunos agentes de migración; la segunda, y quizás la más palpable, son las amenazas del crimen organizado, especialmente agudas durante los desplazamientos nocturnos. “Hay extorsión, muchas autoridades que no respetan los documentos, que intentan perjudicar a la gente”, afirma Rodríguez con amargura.
Mientras tanto, otra caravana, conocida como el “Éxodo Trump”, se prepara para partir desde Huixtla. Se espera que llegue a Escuintla durante las primeras horas del martes, uniéndose a la caravana ya establecida. La meta: continuar el viaje, juntos, hacia un futuro incierto pero lleno de la tenaz esperanza de un nuevo comienzo. El camino sigue, largo e impredecible.