Entre esos nombres icónicos, se encuentra uno que, a pesar de su impacto, quizás no goza de la misma fama que otros titanes del género. Hablamos de un pianista virtuoso, un maestro de las teclas que tocó junto a gigantes y grabó en discos inolvidables. Su legado, sin embargo, trasciende las listas de éxitos y se extiende a la influencia en artistas que moldearon el sonido de generaciones.
Barry Goldberg, un nombre que resonó con fuerza en el corazón del rock and roll, falleció el 22 de enero en Los Ángeles a la edad de 83 años. Su hijo, Aram Goldberg, confirmó la noticia, atribuyendo la causa de su muerte a complicaciones derivadas de un linfoma.
Su participación en el histórico concierto de Bob Dylan en el Newport Folk Festival de 1965, cuando Dylan electrificó su sonido, marcó un punto de inflexión en la historia de la música popular. Goldberg, un miembro clave de esa inolvidable presentación, se convirtió en un testigo privilegiado de un momento que redefinió el folk y abrió camino a nuevas sonoridades.
Más allá de ese momento crucial, la carrera de Goldberg estuvo repleta de colaboraciones estelares. Formó parte de una banda con Steve Miller, antes de su explosión como solista, y dejó su marca en éxitos como “Devil With a Blue Dress On/Good Golly Miss Molly” de Mitch Ryder and the Detroit Wheels. Su talento se plasmó también en grabaciones de artistas de la talla de The Byrds, Leonard Cohen y los Ramones, dejando un catálogo musical diverso y excepcional.
La escena musical de Chicago de los sesenta, con figuras como Paul Butterfield y Michael Bloomfield, encontró en Goldberg a un arquitecto fundamental de su sonido distintivo. Una figura clave, un músico excepcional que, aunque quizá no en los primeros puestos de la fama, dejó una impronta indeleble en la historia del rock y el blues.
Su historia, sin embargo, no se limita a fechas y nombres. Es una historia de innovación, de colaboración y de la búsqueda constante de la expresión musical, un legado que continúa inspirando a músicos de todas las generaciones.