En unos días, este hombre de 57 años podría ser ejecutado en Texas por un crimen que asegura no haber cometido: la muerte de su hija de dos años, Nikki. Su caso, que conmociona al estado texano, pone en el centro del debate la validez del “síndrome del bebé sacudido”, una etiqueta médica que ha sido cuestionada por expertos y que ha marcado la vida de Roberson para siempre.
En 2002, tras encontrar a Nikki inconsciente, Roberson llevó a su hija al hospital, donde fue declarada muerta. Los médicos diagnosticaron a Nikki con hemorragias cerebrales y retinianas, síntomas que llevaron a un especialista a concluir que la niña había sufrido el “síndrome del bebé sacudido”. A partir de ahí, la vida de Roberson tomó un giro inesperado.
En su juicio en 2003, los fiscales argumentaron que Roberson había sacudido intencionalmente a su hija. Sin embargo, él siempre ha mantenido su inocencia. "Mi falta de reacción emocional se debió a mi autismo, diagnosticado años después", explica Roberson. Su defensa argumenta que no se permitió la declaración de un experto que podría haber aclarado su condición y el contexto de la muerte de Nikki.
El "síndrome del bebé sacudido" ha sido objeto de controversia. Estudios recientes apuntan a que otras causas, como caídas accidentales o condiciones médicas preexistentes, podrían haber contribuido a los síntomas que se atribuían a este síndrome. La Academia Americana de Pediatría ha actualizado el término a "traumatismo craneoencefálico abusivo", enfatizando la necesidad de un análisis exhaustivo del historial médico y las circunstancias del niño antes de hacer un diagnóstico.
La defensa de Roberson sostiene que su hija pudo haber sufrido de neumonía no diagnosticada y que tratamientos inapropiados pudieron haber influido en su muerte. A pesar de las pruebas que presenta, la sentencia de muerte se mantiene vigente. Mientras tanto, Roberson encuentra consuelo en la oración, esperando que su indulto sea considerado y que su deseo de regresar a casa se haga realidad.