Desde la costa oeste hasta la este, granjas familiares luchan por mantenerse a flote ante la presión económica y regulaciones cada vez más estrictas. En Long Island, Nueva York, una historia centenaria está en juego. Crescent Duck Farm, una empresa familiar que se remonta a 1908, se enfrenta a la posibilidad de un cierre inminente. La familia Corwin, propietaria de la granja desde la década de 1640, ha sido testigo de la evolución de la industria avícola, y ahora se encuentra en medio de una crisis sin precedentes.
Esta semana, un brote de gripe aviar obligó a la sacrificar a aproximadamente 100,000 aves. Doug Corwin, de 66 años, explica la situación: “Estamos simplemente aturdidos en este momento. Es un momento muy, muy triste.” La orden federal de sacrificar toda la bandada ha dejado a la granja en una situación crítica, forzando el despido de 47 de sus 75 empleados.
El impacto es devastador. Crescent Duck Farm, ubicada entre viñedos y tierras agrícolas en North Fork, a 129 kilómetros al este de Manhattan, representaba casi el 4% de la producción nacional de patos. Su reputación se basaba en la calidad excepcional de sus productos, suministrando a restaurantes de alta gama en Nueva York y el noreste. “La única forma en que hemos sobrevivido en Long Island es haciendo un pato que es diferente de nuestra competencia,” afirma Corwin, destacando la crianza de patos con una pechuga gruesa y carnosa.
A pesar de la tragedia, la granja conservó algunos miles de huevos de pato, con la esperanza de reconstruir la bandada y preservar su genética única. Sin embargo, la reanudación de la producción enfrenta obstáculos importantes. Corwin se muestra reacio a reiniciar sin la aprobación federal para vacunar a las aves, una práctica a la que se oponen las granjas industriales más grandes. El riesgo de nuevas infecciones es latente. El virus, a pesar de ser raro en humanos (con 67 casos confirmados y una muerte en los Estados Unidos según funcionarios federales), ha infectado al menos 13 millones de aves en los últimos 30 días.
La granja, que implementa estrictos protocolos de bioseguridad, aún busca entender cómo ingresó el virus a sus instalaciones. La incertidumbre sobre el futuro es palpable. “Habíamos identificado debilidades y habíamos ajustado todo”, se lamenta Corwin. "No fue suficiente, supongo." El futuro de esta emblemática granja de Long Island, y el de otras pequeñas granjas familiares, pende de un hilo, mientras luchan contra la adversidad y la incertidumbre.