El juez del condado de Zapata, Joe Rathmell, confirmó a Border Report que el dispositivo, operado por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos (CBP), no ha generado quejas entre los residentes. "Hace unos años tuvimos uno y luego lo retiraron. Ahora está de vuelta, pero nadie ha venido a protestar", comentó desde su oficina en el palacio municipal.
Sin embargo, entre los locales hay opiniones divididas:
- Algunos temen que las cámaras del aerostato puedan ser usadas para vigilar a la población.
- Otros, como un camionero que prefirió mantener su identidad en reserva, celebran cualquier medida que refuerce la seguridad en la frontera.
Estos globos de vigilancia no son cualquier artefacto. Con
56 metros de largo y un peso que supera la tonelada, están equipados con:
- Radar de 200 millas de alcance.
- Cámaras capaces de detectar movimiento hasta 65 km de distancia.
- Sensores avanzados heredados de equipamiento militar usado en Afganistán.
La red de vigilancia aérea en la frontera suroeste incluye
ocho aerostatos, desde Cameron County hasta Arizona. En los últimos meses, se han reportado apariciones similares en:
- Roma, condado de Starr.
- Rio Grande City.
- La Joya, aunque allí el viento del Golfo complica su operación.
El sistema tiene sus vulnerabilidades. En marzo, uno de estos globos se soltó durante una tormenta en South Padre Island y terminó
a casi 1,000 km de distancia, cerca de Dallas. Cada unidad cuesta
$400,000 mensuales solo en contratistas para su manejo, un gasto que el congresista
Henry Cuellar ha cuestionado repetidamente.
Mientras tanto, el presupuesto federal recién aprobado destina $3 mil millones para tecnología fronteriza, lo que podría significar más de estos ojos en el cielo. Rathmell espera que la inversión se traduzca en vigilancia móvil antes que en muros. "Ojalá podamos mantener la seguridad con este tipo de sistemas y personal, sin necesidad de más estructuras físicas", reflexionó.
La CBP no ha confirmado si el aerostato sobre Zapata es un modelo actualizado ni sus capacidades exactas. Lo único claro es que, por ahora, el futuro de la vigilancia fronteriza sigue atado —literalmente— a estos gigantes flotantes.
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