Albergue San Juan Bosco, legado Loureiro Esquer

El centro de atención a migrantes San Juan Bosco con cerca de cuatro décadas de existencia es un referente a nivel nacional e internacional en la protección de quienes arriban a Nogales buscando llegar a Estados Unidos.
En todo este tiempo la familia Loureiro Esquer, desde la fundación del centro en 1982, le ha tendido la mano a más de un millón 200 mil personas que han recibido abrigo, cobijo, alimento, orientación y atención bajo su techo. Éste es el legado de don Francisco Loureiro Herrera y su familia.
Para el finado director de la institución, don Francisco Loureiro Herrera, una fría y congelante mañana de enero de 1982 fue crucial, al movérsele el corazón el sufrimiento de una familia que pasó la noche a la intemperie.
En una entrevista realizada el año pasado, don Francisco Loureiro recordó que, al llegar a su negocio encontró a un grupo de migrantes indígenas, quienes tenían varios días sin comer y sufriendo las inclemencias del tiempo, con temperaturas bajo cero.
No la pensó mucho para ayudarlos con el desayuno y con algunas cobijas, ropa abrigadora a las dos criaturas y su madre, a quienes se las llevó a su casa para mayor protección.
En el camino le narraron de la existencia de un grupo de indígenas ubicados en la plaza Miguel Hidalgo, quienes al igual que ellos habían llegado a la ciudad buscando mejor calidad de vida.
“Había casi 70 indígenas que habían llegado de Oaxaca y ya tenían una semana en ese lugar”, refirió, “a una cuadra del palacio municipal y nadie se daba cuenta y si se daban cuenta, pues en eso quedaba”.
Junto con su esposa Gilda fueron a visitarlos y en un vehículo de su propiedad, los trasladaron a su casa que contaba con una bodega, al cual habilitaron de inmediato para albergarlos.
El apoyo incondicional de su esposa Gilda, de sus hijos, de sus hermanos y un grupo de amigos, a quienes el altruismo ha significado una forma de vida, empezaron los trabajos de construcción del albergue.
Aquel almacén, usado para acumular utensilios en desuso que diera calor y abrigo a casi un centenar de indígenas, llamó la atención de propios y extraños acudiendo en su auxilio los militares de la guarnición de la plaza.
“Al verse el movimiento llamó la atención de mucha gente y un día pasó por aquí un coronel, que no recuerdo su nombre”, destacó, “pero se paró y nos preguntó qué estábamos haciendo y al ver el trabajo, al rato mandó una cocinas móviles y un grupo de soldados para que nos ayudaran”.
Migrantes del país, de Centroamérica, Sudamérica y hasta residentes locales han encontrado en la familia Loureiro y el albergue un apoyo en su travesía.
“El esfuerzo sigue siendo el mismo, la voluntad por ayudar se mantiene y crece día con día”, dijo en aquel entonces don Francisco Loureiro, cuyo desinterés de respaldar a quien lo necesita lo hace ser un ejemplo en la comunidad.