Investigadores del Mass General Brigham, en colaboración con científicos turcos, analizaron datos de 2,945 adultos británicos entre 42 y 94 años, seguidos durante dos décadas. Los hallazgos, publicados en Communications Medicine, revelan que:
- El desayuno y la cena tienden a atrasarse progresivamente con la edad
- La ventana de alimentación diaria se reduce
- Quienes desayunan más tarde presentan mayor prevalencia de depresión, fatiga y problemas bucales
"Nuestra investigación sugiere que estos cambios podrían servir como marcadores tempranos de deterioro físico y mental", explica el Dr. Hassan Dashti, autor principal del estudio. La conexión va más allá de simples hábitos:
los participantes con desayunos tardíos mostraron mayor riesgo de mortalidad durante el periodo de seguimiento.
El estudio encontró factores clave detrás de este fenómeno:
- Dificultad para preparar alimentos
- Alteraciones del sueño
- Predisposición genética a ser "noctámbulo"
Estos resultados plantean preguntas sobre las modas alimenticias actuales.
"Las dietas de ayuno intermitente podrían tener efectos distintos en adultos mayores", advierte Dashti. Mientras la ciencia sigue descifrando este rompecabezas, una cosa queda clara:
en el crepúsculo de la vida, cada bocado a su hora cuenta más de lo que imaginábamos.
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