La leche, ese líquido blanco que tanto disfrutamos, puede ser un enemigo silencioso para algunos. Más allá de la intolerancia a la lactosa, existe una condición que afecta a miles de personas: la alergia a la leche.
Esta no es una simple molestia pasajera, se trata de una reacción del sistema inmune que identifica erróneamente las proteínas presentes en la leche como peligrosas. Imagina que tu propio cuerpo se vuelve en tu contra, atacando a las proteínas como si fueran invasores.
¿Cómo se manifiesta esta respuesta? A través de síntomas que van desde leves hasta graves, como ronchas y picazón en la piel, problemas respiratorios como dificultad para respirar, tos o sibilancias, e incluso problemas digestivos con vómitos, diarrea y dolor abdominal.
En casos extremos, puede presentarse anafilaxia, una reacción que pone en riesgo la vida y requiere atención médica inmediata.
Ante la duda, lo más importante es leer las etiquetas de los alimentos con atención, ya que muchos productos procesados contienen proteínas lácteas ocultas. Para quienes sufren de reacciones graves, es recomendable llevar una inyección de epinefrina para casos de emergencia.